9 sept 2009

El Lago

[Chapter Seven]

2009

En mis sueños un lago rodeado de tormenta. La perfecta metáfora. Una tormenta eléctrica, impredecible, solo llevada por sus intereses y los del viento. De nuevo, impredecible. Imposible conocer su próximo destino, su próxima descarga. Rodea al lago por los costados, desatando su furia, una leve llovizna es el preludio de un atardecer violento. El lago que es encerrado por las faldas de la montaña, por millones de años ha visto a nuevas especies erigirse de sus aguas, mamuts de fuerte pisada asediados por tribus de hombres, cocodrilos acechando a despistados animales que ceden sedientos ante el peligro. Impasible, nada altera su superficie, su nivel varía uno o dos palmos con cada millón de años transcurrido. Su fuente lo mantiene limpio, invisible a los ojos humanos un manantial subterráneo que convierte los malos deseos en buenos. Admira la tormenta pasajera, como los rayos caen en la superficie de la tierra en un acto de liberación, como el fuerte diluvio es el único capaz de alterar su superficie, aunque sea en lo más mínimo cada gota que cae una tras otra y tras otra se hacen un solo flujo al final. Y se hacen incondicionales por un corto período de tiempo. Hasta que la furia merma, y la tormenta desaparece en la noche. Sin dejar rastro, su esencia sublima en otros costados de la tierra, abandonando el lago que vuelve a su estado expectante, contando cada segundo, observando, escéptico ante los falsos intentos del hombre de sacarle provecho, de alterar su forma, de distraer su mente, de huir a las memorias que aparecen como rayos cuando en esa llanura tenía todo lo que necesitaba. Las nuevas experiencias, que alteran la superficie, no mi esencia; como me manifiesto, como te manifiestas, fuimos incondicionales, o aún lo somos.

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