21 may 2010

Metodología de los Sueños



Cito: "El casi: régimen atroz del amor, pero también estatuto decepcionante del sueño -es la razón por la que odio los sueños-. Pues acostumbro soñar con ella (sólo sueño con ella), pero nunca es completamente ella: a veces en el sueño tiene algo desplazado, de excesivo: por ejemplo, es jovial, o desenvuelta, lo cual ella nunca era; o también que es ella, pero no veo sus rasgos (pero, ¿es que acaso vemos en sueños, o acaso sabemos?): sueño con ella, pero no la sueño. Y ante la foto, como en el sueño, se produce el mismo esfuerzo, la misma labor de Sísifo: subir raudo hacia la esencia y volver a bajar sin haberla contemplado, y volver a empezar"
Roland Barthes, La Cámara Lúcida

No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, sino que apura el recurso hacedero
Pindaro


7 may 2010

El Décimo Hilo


El imaginario camina y reproduce de tanto en tanto. De una sola familia la descendencia se condena a ver las mareas cambiar con cada luna llena sin poder ser arrastrados.

Aparecen nuevos desde el lecho marino. Sumergidos en un principio se erigen y sus raíces que succionan la fuerza de la tierra llegan a la costa donde se el hombre coloca sus molinos de viento.

Cada vez más al fondo lo que pasa en el mar es un misterio. Las corrientes se arrastran y cuelan por debajo de los colosos y crean turbulencias que el hombre decide aprovechar en su pesca.

Armado de una cuerda y otra novena de hombres el mejor nadador se lanza al mar y entrega su vida. Se lanza sin equipo o ayuda, sin ganas de volver.

Los hombres en la playa se enrollan la cuerda en sus brazos. La tensan y aferran. Uno a uno los hilos representan un linaje y el ocaso perdido. La longitud se calibra y las esposas esperan en las cabañas selva adentro.

El primer hombre sueña con el pasado. En un país de muchas montañas y necesidades que se pierden en un bosque negro y un mirador. En sus viajes defiende sus costumbres. Cierra los ojos y la presión que ejerce con sus manos es débil, la cuerda fluye entre sus dedos dejando escapar el nudo final sin percatarse. Sus manos son libres y vuelan. Se olvida y sus compañeros con la mirada al frente dejan los sueños a un lado.

El segundo hombre se entrega a su familia y la educación. Aguarda a que el sol se pose, y la última esperanza se pierda para sumergirse en el mar en búsqueda del alimento y una sonrisa que dedicar y conservar. Cada vez más profundo sus brazos se cansan, sus piernas desfallecen, con las manos vacías vuelve y abraza a su esposa, nada sucederá luego.

Las montañas se internan en el continente se desgarran en su falda. El tercer hombre pierde su vista hacia este paisaje. Alza sus manos para calentar el sol. Para decir y sentir. No baja la cabeza, no pierde el enfoque de su mirada y la próxima meta que se propone. Se desvanece y pierde en la montaña, vivirá ahí por siempre con cada mañana que se levante y respire el aire. Con sus ojos deslumbrados de estrellas.

El cuarto hombre es el de la mano que tiembla. Teme al sol que lo ciega y la oscuridad que lo palpa y empuja hacia el fondo del abismo. Tomado por las sombras corre a su refugio y se encierra. Las paredes cada vez se acercan y vive en sus miedos, su vida que recorrerá distancias cortas. Mirando el atardecer tras una cortina de hierro.

La montaña que descansa atrás continúa su silueta y la toca en una ilusión de no moverse con el correr de las piernas. De no moverse y ser parte de esto. Cuando el mar termina con el sol el quinto hombre finaliza su jornada. Suelta el amarre y el último nudo. Se sienta a un lado de los hombres que quedan viendo el sudor y pidiendo su paga.

El sexto hombre hace el mínimo esfuerzo, con una mano sostiene la soga y la otra se tuba en su regazo. Se sienta en la arena con la cabeza gacha. Olvida los otros y siente más allá de sus necesidades. Recorre cada paraje, escucha con atención, ve todo lo que quiere. Sin despertar de letargo la marea la arrastra hacia el fondo donde el sexto sentido lo encerrará por la vida de la mar entera.

El séptimo hombre es inseguro. Siendo abandonado por la mitad de sus compañeros es incapaz de continuar. Cuando la profundidad amenaza con tomar su vida suelta la cuerda sin mediar palabra, sin intentarlo y dar un espaldarazo. Calla, solloza y espera el desenlace sin participar.

El octavo hombre es un ser expectante. Mira a las estrellas esperando su caída, mira al mar esperando que la pesca llegue por sí misma. Puede morir de hambre sin que sus ganas de sobrevivir despierten. Abre los brazos ante su Dios. Ante cualquier dios o señal que le indique el camino a recorrer.

El noveno hombre es incorruptible. Ama al prójimo sin contemplación y dará su vida por cualquiera de ellos. Fuerte como el viento huracanado y la tormenta a sus pies se hunde en la arena defendiendo la idea de vivir un día más entre hombres civilizados, de echar raíces como un árbol y ver crecer a los hijos. De tomar costumbres, de hacerse parte de la pintura, un personaje que envejecerá mientras todo permanece igual. Sus brazos poco a poco caen y se interna cada vez más profundo por no perder el contacto.

El décimo hijo ya está perdido. No lo mueve la pesca o el sacrificio. Se interna en el sentir, tomar, ver, escuchar el preludio del final de la vida. El viento deforma su rostro, el agua salada le quita vitalidad. Del fondo del mar la luz de la tierra ilumina su camino, a ver lo que nadie verá. El vórtice que se forma en los pies del coloso lo arrastra y pierde. Cuando la última burbuja de aire se extinga el decimo hombre será ese legado, el hilo que completa la historia y supervivencia de sus coterráneos. Con las perversiones y distracciones del hombre él decide que es la única forma de mantener viva la fe sin alimento, y la propia hambre.