6 mar 2008

Rosas


Las dos rosas

De levantarme a las tres de la mañana es una rutina que no repito muy a menudo, a menos

Lluvia o no pienso. Pido al señor de dos rosas en la cabeza que me explique lo que es un beso tuyo. Uno apasionado, sin prejuicios y pocas inhibiciones. El señor de dos rosas se acerca hasta que su olor característico a cannabis despierta mi olfato. No habla. Su mirada basta. Entiendo que es imposible de explicar. Basta con sentir. Las rosas son rojas, reposan en su cabeza. Su olor enrarecido, de anteayer, lo define. Su olor y las dos rosas me permiten reconocerlo. Me dice con la mirada que un beso es imposible de describir, y mas si es uno tuyo. No dice nada, con su mirada basta. Sus ojos dicen- hijo, es imposible de describir. Siéntelo- luego se aleja. Las dos rosas rojas se alejan. El señor se aleja y su olor lo sigue. Se va sin rumbo. Camina sin pensar en las rosas marchitas o su inmortalidad que depende, en gran parte, de mi memoria a corto plazo. El viejo camina por la orilla de la carretera, inconciente. Se marcha. Con una gran bolsa a cuestas y las dos rosas marchitas. Con su barba incipiente y mirada despectiva. El lo sabe todo.

Las rosas hablan. Dicen que soy un idiota, les creo. Que me preocupo más de lo normal. Ponen en duda mi futuro y luego cambian de tema sin más. Se concentran en las bebidas dietéticas, y dan algunos consejos acerca de nutrición. Hablan. Cuentan experiencias pasadas. Sucesos que nadie quiere saber. Debaten, yo escucho. Debaten la existencia del señor y de tu beso. Tu beso. Suave, desconocido. Raro. Simple. Complicado. Raro como una comparación malgastada. Básico. Adictivo. Adictivo como escribir mala poesía o las lecturas del Marques de Sade. Sin ritmo, atontado. Raro, ya. Son asi, sin sentido si, son rosas que no tienen sentido. Todo lo ven. Se ensañan con el tiempo, lo destrozan. Hablan a sus espaldas, entre susurros. Yo escucho, no tengo mucho que hacer. Las rosas hablan si que hablan, pero no delatan no te preocupes. Vuelven a tu beso. Largo y esporádico. De dosis semanales. Estas claramente equivocada, y las rosas lo saben. Tú lo sabes. No basta, y nunca bastará. Hasta que me aburra o te aburras. Ya sabes lo que dicen (las rosas, o el señor de las rosas, dos) de lo bueno, poco. Pero, ¿Cómo cuantificar que es poco? No hay límite. El tiempo lo sabe, y no es un viejo barbudo de toda la vida. Tiene dos rosas en la cabeza y no habla mucho. Carga una bolsa con todas sus pertenencias y se despide sin más. Sus rosas, dos, se marchitan poco a poco.

Las rosas me obligan. Renuncio a tu beso. No quiero algo mas en que preocuparme (si es que es posible preocuparse a esta edad) El desvelo lo suplanta. Es más emotivo, hasta provechoso. Un beso, más si es tuyo, es pasajero. ¿Qué mas si es en la mañana o justo antes de atardecer? Es solo eso, un contacto. No sublime e inconforme. De lo que no se tiene recuerdo porque me obligas a cerrar los ojos para evitar recordar ese rostro que simula entrega.

¿Como describir las dos rosas? Marchitas, sin vida, sin amor, sin compasión. Duras como la verdad, mi verdad, la que me dices todas las noches de déspota a soberano. El sentimiento laico no es prudente. La normalidad las define. De película europea son las rosas. De lugar romántico y solitario. De posarse sobre las orejas del señor viejo y barbudo que me acosa sin palabras. Son rosas brillantes y espinosas. De pétalos rojos. De acompañar al señor en sus aventuras inmortales. Y el tiempo pasa desmotivándome, asi es señor de dos rosas. No se detiene. Me quita vitalidad e inyecta dependencia. Dependencia de algo que aun no comprendo. Un asunto esotérico en el que no creo, el amor. Las rosas me impulsan a no creer, son despiadadas. Odian lo que simbolizan y a San Valentín, no se si a cupido. Al 14 de febrero y ser un símbolo. Odian las rosas blancas, no se si las azules. Los tulipanes les parecen egocéntricos y los girasoles subordinados. Son sin sentido, como el señor que no habla. Solo mira y hace que no escucha los susurros, que no siente las espinas en la cabeza, y que no cree en mi. Es el tiempo que pasa, y las dos rosas acompañan. Con un dolor en el pecho y algo mas de fatalismo, solo un poco. Debaten lo que es normal y lo natural, el miedo. La soledad. ¿El vacío? ¿Es posible no sentirse vacío? ¿Alzar la barbilla y dejar los cuestionamientos atrás? ¿Los prejuicios? El tiempo pasa y es descorazonado. No cree en nadie, mucho menos en mí.

Tu lo sabes, tiempo. ¿Dónde estas ahora tiempo? No lo hagas inevitable. Da la vuelta y márchate. La vida aun es muy larga para mí. No soy un girasol subordinado, no dependeré de ti, por ahora. No quiero paz, quiero cumplir veinte y empezar a preocuparme por mis pocas habilidades. Tranquilo tiempo, cuando vuelvas, en algunos años, no encontraras al mismo muchacho que pretende ser incomprendido. O al mismo psicoanalista jubilado ya muerto. Mucho menos casado y con hijos. Quien sabe si llenando mi vacío con un auto europeo o una mujer sumisa que le encanten las rosas y el sexo al amanecer. Camina al atardecer y toma mi mano. Desaparece viejo barbudo de dos rosas en la cabeza. Desaparece beso.

Sin rosas

Sin rosas. Las rosas no significan, existen. Reposan sobre las orejas del señor, del tiempo. Rodeadas por las paredes de tu habitación. Son rosas, son tus ojos. Grandes vistosos. Esos ojos que me acompañan en la soledad. El recuerdo de ellos. De tu figura espigada caminando entre la multitud. De querer acercarme a ti, sigiloso. Violento ante las miradas opresivas de los que están en el poder. Luchar y tomar tu mano. Larga y suave. Tomarla y huir quien sabe a donde. Escapar un viernes de tantos sin prejuicios y miradas presidenciales. Sin nada mas que las ganas de analizarte, en el atardecer que tanto veneras. O en el amanecer junto a la playa. Estar, ser. Contemplar la naturaleza, tus ojos, tus labios. No ser poeta de un momento, dejar las nubes y el cielo a un lado. Ser cuentista bajo un cielo artificial, de luces artificiales en un paisaje colonial prefabricado. Reír junto a ti. Vivir con tu recuerdo. Esperar a tu llegada. A la llegada del mañana, a tu amanecer. Tu atardecer en la ventana.


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