21 mar 2010

Bandada/Anacrónica/Máquinas

Tres niños que hablan y cantan.

Son mis amigos.

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Ana resultó estar hecha más que de recitales al atardecer y una que otra conferencia. Que un vaso de papel arrugado, pide permiso pero no saluda a desconocidos. Nunca revela. Delgada y larga se impone a lo que le quita la vida, ahora huye de esta. Renueva esperanza, con pastillas para cada ocasión. De noche recicla los envases de comida, y los lanza a la carretera. Acelera a fondo, fuma, fuma y fuma. La nafta se acaba.

Se ladea de frente. Al único bombillo que cuelga recita y reza. Un notable y desolado viejo sale, la recibe, la toma del brazo y habla de coyotes a puerta. Coyotes a puerta, perros guardianes y mapaches ocultos en la basura en sus últimos segundos de vida, el mundo de Ana se extingue.

Adentro el polvo se cultiva y acaricia cada cien de cada viejo, cada cosa que rodea la mesa y en formol en círculos. El segundo ritual de la venida dice uno de los cuatro ancianos locos. No le hagas caso dice el principal, como si no creyera en la creencia.

Con torsión Ana confiesa su miedo, le siguen los pasos y sus pasos están contados. Los mafiosos, los policías corruptos, sicarios, italianos rusos se encargaron de sacar la cuenta. Palabras dichas a la ligera sellaron su destino. Por la línea va y por cada palabra va y recorre, pagina a pagina y fotografía de colores a escala de grises la suya aparecería. Trágica opacará las otras historias de la última, con letra capital y sin testigos.

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Retumban sordas.


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